De niño jugaba, como casi todos, a buscarle las vueltas a las nubes hasta dar con formas de diferentes animales (existentes o no), de caras extrañas (cada cual más tenebrosa) o de simples figuras y dibujos (en su mayoría demasiado abstractos). Pero el juego iba algo más allá (en esto no sé si como el resto) e imaginaba un mundo paralelo ahí arriba donde bien el perro de algodón que surcaba el cielo era el alma de un animal correteando en libertad o los rostros que intuía correspondían, en realidad, a alguien fallecido que se manifestaba como Mufasa con aquel cielo azul añil al fondo. Incluso pensé que, sobre ese suelo esponjoso, las almas reposaban tranquilamente en un paraíso blanco puro, cada una en su propia nube.
Cuando creces y miras arriba cualquier día, ves aquel juego de otra manera. Ya sabes que ese mundo cambiante de fantasía no existe y que sólo tenemos este de más abajo. Descubres que ahí arriba hay sólo aire y que nadie te observa ni manda señales o mensajes para sobrellevar los días. Y te das cuenta que no hay más oportunidades para cambiar como las nubes, ni para ser libres en el abismo, ni para sobrevivir algún fragmento de tiempo en la eternidad… si no es aquí!. Si no es, ahora.
La vida está aquí debajo y solo hay una. Que nadie te quite el derecho a gozarla ni un solo minuto y que nada te arruine la obligación de disfrutarla más de dos.
Sólo el destino sabe cuando nos disiparemos para siempre…
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