En Lleida, la provincia más olvidada de Cataluña, existe un recóndito pueblo que no llega a los 3000 habitantes y quizás no encuentres en la lista de los lugares que visitar en la comunidad. Tiene el encanto particular que podemos encontrar casi en cada rincón del planeta pero es especialmente una vez al año, cuando se viste de un espectacular traje para encandilar a todo aquel que lo visita. ¡Hoy visitamos Aitona!
A Lleida no la baña el Mediterráneo pero si hay cierta marea rosa que tiñe de un espectacular tono los campos de melocotoneros que rodean a Aitona, el pueblo del que hoy hablamos. Situado a unos 190 kilómetros desde Barcelona, lo que se traduce en unas dos horas de viaje en coche, este rincón vive en gran parte gracias a la cosecha de fruta por las numerosas hectáreas de melocotoneros que siembran los campos a su alrededor. Es cuando llega la floración en la víspera de cada primavera, lo que llena de esperanza los bolsillos de muchos lugareños y de un rosa espectacular los prados y dehesa que rodean sus casas. La flor, que más tarde da paso al ansiado fruto, se caracteriza por su llamativo color fucsia y es tanta la siembra de los árboles en la zona que, una mirada al horizonte, te dará una visión de una de las panorámicas más bellas que la naturaleza puede regalarnos.
El pueblo es pequeño y cierto es que no tiene gran cosa que ver entre sus calles. El encanto de este lugar es por lo que está rodeado y custodiado, una serie de puntos de obligada visión que os detallo más adelante para que no dejéis pasar la experiencia completa.
Aitona es el lugar ideal para petar la memoria del teléfono móvil a fotos o donde quemar la réflex para tener un recuerdo imborrable de la estampa. Y no, no exagero.
¡He de confesar algo! El pasado año ya visité el pueblo justo un día antes de que se retirasen las restricciones de movilidad por el COVID-19. Ya veis, yo también me salto la ley, a veces, pero leí que la época de floración ya estaba pasando por esos días y era domingo (el único día libre que tenía en el trabajo por aquella semana). Merecía la pena el riesgo de salir a gozar de la naturaleza que tanto admiramos, sobretodo en aquellos tiempos de encierros y tenía sólo esa oportunidad para conocer ese sitio. ¡Vete a saber dónde estaríamos al año siguiente!. Por lo que cogí el coche, me la jugué, gocé de dos horas de una autovía prácticamente entera para mí y allí me planté con mi compañero de piso y de viajes desde que vivo en Barcelona.
Al llegar, desconociendo dónde acudir exactamente, puntos claves y qué mas podríamos ver allí, preguntamos en el pueblo a una señora mayor que despedía a sus nietos en la puerta de su casa. Ya sabéis cómo son algunos mayores... les preguntas por una calle y te cuentan desde el día en que la construyeron si les apuras. Y a esta le apuramos... Tanto lo hicimos que la mujer entró a su casa para coger las llaves y le sobró tiempo para montarse en mi coche con dos desconocidos y llevarnos a "un sitio". Recuerdo que insistí tanto en lo agradecido que estaba por el gesto como en el terror de que eso mismo lo hiciese con cualquiera pero qué le vas a contar tu a ellos de la vida... Seguro nos olió de lejos! Y la señora nos llevó hasta la Ermita de Sant Joan de Carratalà. Ese era el sitio del que hablaba, a las afueras del pueblo y desde donde se veía una panorámica de todo el horizonte ya con un rosa palo como protagonista por las fechas tardías en que fuimos. Y luego nos llevó a una plaza donde algunos habitantes promovían el turismo con información, folletos y merchandising y otros aprovechaban para vender productos caseros y artesanos típicos de la zona con el melocotón, claro está, como ingrediente estrella. Y nuestra acompañante hizo de relaciones públicas presentándonos a todo aquel que se cruzaba con nosotros y los que no, también... desde luego, ya quedé claro allí, que el Ayuntamiento debía pagarle alguna comisión a esa mujer por la promoción que recibimos de su parte.
Mi acento me delató y me preguntó de donde era. Al decirle que era extremeño prometió contarme una historia (otra más) pero esta con más alma sobre otro extremeño que se cruzó en su vida muuuucho tiempo atrás y cuyo argumento estaba ligado a los melocotoneros. Justo en relación a lo que yo fui a ver exclusivamente cuando, de casualidad o no, me crucé con ella. ¡Qué caprichoso es el destino a veces!.
Y nos dejó en el comienzo de un sendero que prometió que nos llevaría hasta el mejor sitio para disfrutar del espectáculo de color. Ella se bajó negándose que la llevásemos de vuelta a casa y se despidió sin más. No eran buenos tiempos para dar abrazos pero se merecía uno gigante.
Y el camino nos llevó al sitio mas fotografiado de este paisaje tan brutal. Y a pesar de no ser la fecha más propicia para gozarlo, nos dejó imágenes como estas que os enseño a continuación.
en 2022
Este año el viaje ha sido más accidentado pero sorprendente. Aprovechando el sábado 12 de marzo que yo y un compañero de piso teníamos libre y tras escuchar que la floración de los árboles ya estaba en auge hace unos días, nos volvimos a lanzar al viaje hasta Aitona. En Barcelona llovía a mares y hasta no llevar casi una hora de camino, no escampó.
El día se fue abriendo hasta que llegamos al pueblo. La plaza en la que el pasado año había algunos habitantes, estaba abarrotada este otro de turistas esperando, tomando algo en una terraza o visitando el polideportivo, en cuyo interior se trasladaron varios puestos con los artículos típicos de la zona como os hablé del año anterior. Todo multiplicado por diez. Colaborando con la causa, compramos algunas cosas y nos apuntamos al viaje en autobús que te llevaba a la finca privada más fotografiada del lugar. La misma a la que el año pasado fuimos por nuestra cuenta y que, este año, nos dijeron que sólo se podía acceder en autobús, pagando previamente los 12€/persona. Sin arriesgarnos a meter el coche esta vez, comimos algo y nos subimos hasta el autobús que nos llevó al paraíso. Las fotos de la excursión hablan por sí solas. El viaje incluye un guía que, durante el camino, te explica un poco curiosidades sobre la zona, eso sí, solamente en catalán. Una vez llegados a la finca, otro guía te explica el proceso de floración y recogida de frutos del árbol para entender un poco lo costoso y admirable del trabajo y valorar un poco más aquel lugar. Tras eso, una hora para dar una vuelta libre y hacer fotos donde quieras y a la hora y media desde que salimos, ya estábamos de vuelta al pueblo. Si, es cierto que cogimos el coche y volví a subir por mi cuenta para comprobar si se podía acceder. Dejando el coche aparcado a escasos metros de la puerta de entrada, puedes acceder andando a través del campo sin problemas y con tu coche particular. además, puedes pararte en múltiples rincones del camino y disfrutar de más fotos y el aire de cada entorno.
El día fue espectacular y aprovechamos el atardecer y esa hora mágica donde el sol desprende un brillo especial para hacer fotos. Llegamos a Barcelona casi a las 22h parando sólo a mitad de camino para echar un café tranquilamente.
¿Mi consejo? Id con calma, con tiempo. Paraos en cualquier rincón que veáis y os guste para hacer fotos o, simplemente, para contemplar el campo. Explorar todo lo que podáis, intentad subir con vuestro coche a la finca de la que os he hablado, colaborad con la causa comprando algo o aportando algún donativo a los habitantes en el mercado que montan cada temporada. De la manera o forma que sea, pero id. Es una oportunidad mágica, relativamente cerca de Barcelona e indudablemente es una experiencia que merece la pena. Pincha para ver el vídeo en instagram:
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