Existe la posibilidad de que todos hayamos heredado algo de alguna otra vida pasada si es tan cierta esa teoría que algunos dicen y creen sobre nuestro origen y el ciclo de la vida que puede rodearnos a todos, por lo general.
Pongamos que todo eso es cierto, que la reencarnación realmente existe. En ese caso, de igual modo que, generación tras generación, algo de nuestros antepasados se queda en nosotros como un tatuaje interior en algún recodo de nuestro cuerpo, alguna huella debe permanecer ahí dentro a pesar del tiempo que haya transcurrido. Y de la misma forma que algo de nosotros se verá reflejado en nuestros hijos eternamente, algo también puede florecer en nosotros procedente de alguna otra vida anterior, llevada con más o menos fortuna dependiendo de las circunstancias, la época y el lugar de la otra existencia.
Esto va mucho más allá del físico. La huella de la que hablamos no es visible ni a simple vista ni a través de ninguna maquinaria médica por adelantada que esta resulte, pues sólo marca el alma y, para bien o para mal, debemos convivir con ella grabada para siempre. Hagamos lo que hagamos, esos tatuajes nos perseguirán hasta el fin de nuestros días. Quizás, no están ahí por casualidad. Probablemente, alguien los talló a conciencia en el pasado… puede que para ahorrarnos el mismo sufrimiento que vivió él o para que disfrutemos nuestra vida cómo alguien no supo disfrutar la suya. Eso, nunca lo sabremos.
Seguro que alguien que ya es historia, tiene explicación lógica a todas nuestras incógnitas de ahora, a aquello a lo que no encontramos ninguna teoría que de solución a algunos de nuestros enigmas: A mi pánico a las serpientes, por ejemplo… O a mi fobia enfermiza a morir ahogado, sin ir más lejos. Alguna explicación debe de resolver el misterio de mis gustos raros cuando nadie de mi familia los comparte conmigo. Alguien debe ser el responsable de mi compleja mente inquieta que nunca para de dar vueltas incluso cuando todo se para a mi alrededor. Y algún niño solitario del pasado debe ser el culpable de mi imaginación sin límites y de que ahora sea un soñador enfermizo.
No conozco qué habré sido yo en otra vida, si es que he llegado a ser alguien alguna vez. De heredar algo, alguien ha debido de tatuarme con martillo y cincel ciertas cosas y ha debido de hacerlo con tanta fuerza he ímpetu que aún sangran las heridas.
Puede que la explicación a que siempre reme contracorriente proceda de algún pasado complicado y sea fruto de algún rebelde en épocas difíciles. Qué suerte que ahora no muramos en el intento de luchar por casi cualquier cosa que nos haga felices.
Qué decir de mi yo del pasado que seguro recibió golpes de la vida sin verlos venir convirtiendo ahora en un mecanismo de defensa el que yo los esquive con la más fría astucia o los afronte con la mejor de las sonrisas. Cuánto mal debió sufrir aquel niño para que ahora sea yo el que construya un caparazón donde refugiarme sólo en mi yo interior de todo lo malo que acontece afuera.
Y no hablemos del sabio que, seguramente cansado de que le rompiesen el corazón una y otra vez sin piedad, construyó un escudo de bronce para protegerlo de cualquier daño una vez llegase a futuras almas como la mía. No caería en que esa armadura no solo protege el corazón, si no que también impide que, a veces, pueda exponerlo o incluso entregar parte de él a quien lo merezca.
Y si tengo que dejar una huella en forma de mensaje a mi yo del futuro, le indicaré que huya allá donde sea feliz. Que luche, contra todo el que se interponga en su camino y le impida seguir de frente. Y que vuele, lo más lejos que pueda, lo más alto que deba, que vuele siempre libre y haciendo lo que quiera.
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