Dicen que
hay días en los que es mejor no levantarse.
Hasta hoy,
nunca había compartido esa sensación.
A veces…
uno se levanta con ilusión o alguna motivación extra que ayuda (y mucho) a
afrontar el día con un optimismo especial desde el primer momento. Otras veces,
en cambio, puedes sentir que te has levantado con el pie izquierdo incluso
antes de pisar el suelo de la habitación. Yo que sé… Hay millones de formas de
empezar un día, pero en ocasiones, uno se levanta de forma normal (la verdad es
que ni recuerdo si hoy me he despertado con una gran sonrisa como tantas
veces…) Supongo que esos días despiertas y ya está. No piensas en como irá el
día ni te invade una fuerza sobrenatural que augure como serán las próximas 24
horas de tu vida. Te conformas y esperas que el destino te sorprenda, a veces
para bien, otras para regular…
Hoy era uno de esos días hasta que algo lo torció. Hoy era un día en el que lo mejor hubiese sido no levantarse de la cama… hasta que apareciste tu.
Tu, con tu
sonrisa imborrable a cuestas, con tu cariño especial como mejor vestido, con
ese trato amable durante casi dos bonitas horas, con las palabras perfectas que
siempre aparecen de la nada cuando mas falta me hace escucharlas. Tú y tu luz. La que
siempre aparece cuando menos espero y mas lo necesito, la única que consigue, y
con amplia mayoría, liderar mi ranking de: “Personas que hacen que un día de
mierda, acabe de lujo”. Tu, en conjunto.
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